“Jugada
maestra” es una frase que a menudo se utiliza para definir un conjunto de
atributos favorables a una determinada situación de un juego, de una actividad
o similar. “Jugada maestra” o bien la posición invertida de las palabras,
“maestra jugada”, nos sirvió para definir las dos caras de Adriana Sordi, una
mujer que nació el 9 de septiembre de 1983 en Río Cuarto, y que combina
cotidianamente su pasión por el softbol y el amor por la docencia hacia los más
chicos.
El
redactor de la entrevista no deja de reconocer inicialmente que el encuentro
con la deportista se prudujo porque inicialmente conocía a ciencia cierta que la
protagonista ha sido recientemente convocada a la preselección Argentina de
softbol con vistas al Campeonato Panamericano, a realizarse en marzo próximo en
Venezuela. Todo lo demás ha sido una grata historia, que invitamos a conocer.
El juego y la
competencia, el lado A
Adriana
está en al softbol desde muy pequeña, según ella misma lo narra: “Juego desde
los 8 años en el Colegio Santa Eufrasia, con el profesor Alejandro Gonella. En
la escuela teníamos al softbol como primer deporte y después cada uno tenía la
posibilidad de elegir si quería participar del equipo en Centro 11, y elegí ir
junto a mi grupo de amigos y gracias a ellos yo sigo jugando. De ocho o nueve
que éramos, dos seguimos jugando”, recuerda destacando que aquello que empezó
como un cuestión lúdica opcional terminó siendo una disciplina que seguramente
la acompañará toda la vida.
Actualmente
desempeñándose como pitcher o lanzador, aunque históricamente formada como
primera base o bien como cátcher o receptor, la protagonista comenta como
fueron sus primeras incursiones en certámenes de orden nacional y su llegada al
combinado “albiceleste”. “A los 13 o 14 años empecé a tener otro tipo de
participación y tuve la primer convocatoria nacional en Cadetes (NdR: inmersa
en esta categoría, viajó a Venezuela para jugar un Sudamericano en 1999) y luego
en Juveniles. Cuando me convocaron para Juveniles (divisional de menores de 20
años) me lesioné el hombro y tuve que parar un tiempo. Pero seguí en contacto
con el softbol”. Es que la disciplina para ella no es poca cosa, sino aprecie
usted como la define: “el softbol, jugando o parada atrás del alambre, lo
disfruto un montón”, afirma mientras sonríe.
Su
arribo a la selección nacional mayor no es el primer caso en Río Cuarto aunque
esta oportunidad tiene particularidades distintas a las anteriores teniendo en
cuenta el nivel de juego actual y la competencia local que se experimentaba
quince o veinte años atrás. Al respecto, la jugadora de Universidad (único
equipo que práctica la disciplina en rama femenina) explica cómo es el softbol femenino
hoy en la ciudad. “Ahora somos muy poquitas, como 15 más o menos, y somos el
único equipo femenino. Para competir, tenemos que ir a Córdoba o viajar a
Santiago del Estero, Tucumán, Paraná o Buenos Aires”, describe y agrega: “a
nuestro nivel, y por la cantidad de jugadoras que somos, y por la poca
competencia que tenemos aparte por los costos, porque cada viaje lo pagamos
todo nosotras, por lo menos hacemos tres viajes al año importantes. Tratamos de
cada mes y medio hacer encuentros pero este año sólo lo hemos podido hacer con
Córdoba. No pudimos traer a nadie porque tenemos una sola cancha y no se puede
hacer mucho. Pero la idea es seguir y alentar a las chicas para que sigan
participando, traer equipos a jugar y hacer contactos para seguir jugando”.
Por
tal motivo, su convocatoria cobra relevancia y habla claramente de sus
aptitudes personales máxime teniendo en cuenta que según su visión el nivel de
Córdoba está por debajo de Buenos Aires (el más fuerte en femenino), Bahía
Blanca, Paraná, Olavarría, Tucumán, Santiago del Estero y Salta, en ese orden
decreciente.
La docencia, el
lado B
Adriana
Sordi cumplió sus estudios secundarios en la Escuela de Agronomía y, en efecto,
posee una tecnicatura general afín. Cuando culminó su estadía en el colegio,
rápidamente volvió y se involucró desde otro lugar y hoy se desempeña en el
área de Ciencias Agrarias de la institución y, además, también trabaja con
niños de 2 y 3 años en el jardín maternal Arlequín. “Cuando terminé el
secundario no sabía para donde ir y empecé a estudiar la licenciatura en
biología y educación física porque me gusta mucho, aparte estaba lesionada y no
sabía si iba a poder seguir. En la escuela surgió un cargo, concursé y quedé.
La docencia es otra de mis pasiones”, redefine mientras cuenta que por
cuestiones de tiempo se ha rezagado en la Licenciatura en Educación Física
aunque trata de ir rindiendo materias en la medida de lo posible.
Puede leer la nota completa en la edición impresa de revista
Contragolpe de noviembre de 2012.
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