“Indios”,
“indígenas”, “aborígenes”, “nativos”. Muchos son los términos que intentan
englobar a los habitantes de la América pre colombina, como si una sola palabra
alcanzara para aunar la diversidad existente en estas tierras. Es que desde la
llegada de los españoles en 1492, la colonización fue territorial, pero sobre
todo cultural: se buscó avanzar y destruir modos de vida, que incluían juegos y
actividades deportivas que en muchos casos poseían un valor simbólico diferente
a los que hoy tomamos del deporte “occidental”.
Así, según la
cultura, el tiempo y la región, los juegos de los pueblos nativos variaban,
algunos eran similares y otros guardaban y guardan una analogía con los
practicados en Europa y con los jugados hoy en día. En un país en donde el 63%
de la población tiene al menos un antepasado de pueblo originario, ¿qué juegos
realizaban esos ancestros? Los juegos deportivos en estas tierras estuvieron
vinculados no sólo al perfeccionamiento y a la complementariedad con las
actividades de supervivencia de caza y de pesca, sino también con un valor
simbólico de acciones comunitarias y, en algunos casos, con valor religioso.
La
redonda
“El mucho tiempo
que les quedaba (…) era ocuparse en ejercicios honestos, como jugar a cierto
juego de pelota, donde harto sudaban, y en bailes y danzas y cantares, en los
cuales recitaban todas sus historias y cosas pasadas”, escribió Bartolomé de
las Casas. Él no fue el único cronista europeo que tomó los juegos físicos de
los pueblos originarios como curiosidad, sobre todo ese esparcimiento con una
pelota que rebotaba, producto del caucho de las plantaciones propias de
Sudamérica. Pelota que lleva por, contigüidad, al fútbol. O, en estas tierras,
a prácticas similares al deporte institucionalizado por los ingleses siglos más
tarde. “Antes de 1492, existían al menos 10 formas distintas de jugar a la
pelota “, comenta Eloy Altuve Mejía.
Así, los guaraníes
jugaban con la pelota utilizando el empeine del pie. El antropólogo Magrassi
(citado por Zavatarelli y Fernández Moores) menciona que los mocovíes (en la
zona de la actual provincia de Santa Fe) disfrutaban de una actividad con la
cabeza, en partidos de 200 jugadores con adornos en sus muñecas, frentes,
cabezas y piernas, donde el balón de caucho era arrojado a mucha distancia y
“la rebatía el equipo opuesto, también con la cabeza, y perdía el que la dejaba
caer”. Pero estos juegos también incluía a las mujeres: lo practicaban las
mapuches, tobas, pampas y ranqueles (por estos lares).
Además, con un
sentido más sagrado, Mayas, Aztecas e Incas realizaban espectáculos masivos con
sus símiles fútbol. Los “estadios” mayas sorprendieron a los invasores
españoles por su arquitectura y dimensiones. En el campo de juego se resolvían
conflictos políticos, militares y económicos.
Pero la pelota no era sólo fútbol. Los conquistadores
españoles llamaron “chueca” a un juego americano de la misma manera que los
ingleses denominaron “hockey” a un deporte parecido de la India. Pero en la
actual argentina el nombre era distinto según la cultura para lo que era el
principal juego deportivo. Fernández Moores los enumera: “Leremá para los
mocovíes del litoral. Elemrak para los pilagás del noreste. Tol para tobas y
matacos. Uiñi o palín entre los mapuches de la Patagonia”. Para estos últimos,
el juego consistía en dos equipos de unos 50 participantes se ubicaban en un
campo de unos 1600 metros de largo por unos 80 de ancho y se diputan una pelota
de cuero recubierta de cuero de 3 a 5 centímetros de ancho con un bastón de
madera que supera el metro de alto. El objetivo es enviar la bola a la línea
final del terreno del equipo contrario. “Los jugadores, en la cancha, al rayo
del sol, jugaban semidesnudos empujando aquella pelota entre gritos, empujones,
carreras y quites”, describió Susana Dillon y agregó en un artículo dedicado al
juego de los nativos: “Juzgaba y dirigía el juego el lonco con un silbato. A
los costados del campo jugaban en canchas improvisadas mujeres y niños que de
esa manera imitaban a los mayores. Todos querían ejercitarse porque así se
sentían fuertes y ágiles en caso de guerra”. El encuentro podía durar días. Hernandarias,
en 1602, prohibió el deporte ante ese entusiasmo de los “deportistas”, en tanto
que algunos religiosos empezaron a perseguir a sus practicantes porque esa
fuerza en el juego era ejercitada y utilizada en los enfrentamientos con los
blancos.
Además, otra pelota, más chica y cubierta con plumas
de gallinas o ñandú, hacían los guaycurúes, la cual no debía caer al suelo: al
mejor estilo bádminton, sólo que las raquetas eran las manos cobrizas de los
nativos.
Los mapuches jugaban al linao, un juego de hasta 60
participantes con un salto inicial similar al básquet pero con una esencia de
rugby. También en la Patagonia se practicaba el Pillmantun, donde equipos de 8
a 10 jugadores en un campo circular buscaban, con una pelota del tamaño de la
de handball, tocar al rival debajo de la pierna para eliminarlo.
Polideportivo
Además de juegos de pelota, los pueblos nativos
realizaban otras actividades “deportivas”. Ligadas a la supervivencia, la caza
y la pesca eran actividades diarias. Sin embargo, el lanzamiento de boleadoras
y de lanzas también seguía más allá de la búsqueda del alimento. Los charrúas
ubicaban una estaca a 30 metros para lanzar las boleadoras considerando ganador
a quien más vueltas le haya dado al objetivo. También, por estas tierras, las
luchas tanto grupales como individuales se asemejaron a la lucha greco-romana.
Los selknam (también llamados onas) lo tomaban como una diversión y lo
practicaban con el cuerpo desnudo y, en ocasiones de eventos formales, se
pintaban de rojo. Los charrúas lo hacían para dirimir conflictos. Los pampas
también lo realizaban. Los mocovíes tenían su boxeo al cual llamaban waranák.
Las carreras pedestres era otra difundida disciplina entre
los diversos pueblos originarios de América. Los charrúas las realizaban por
placer, recompensa o castigo. Los selknam las tenían como su ejercicio favorito
y las había de velocidad y de resistencia; si bien no existían premios, la
reputación obtenida era considerada.
Al igual que los moros en España, aquí a los
conquistadores también los sorprendió el contacto de los nativos con el agua.
La natación decía presente en los pueblos cercanos a mares o ríos caudalosos.
En el noreste de la hoy Argentina, tanto los mbyá como los tobas aprovechaban
la región mesopotámica. Mocovíes, mapuches y yamanás poseían contacto acuático.
En la última cultura se destacaban las mujeres, aunque las heladas aguas
sureñas no las dejaban estar mucho tiempo.
Fuera de juego
La llegada de los españoles significó la importación
de su civilización europea a la “bárbara” América. Y su civilización era la de
la Edad Media. “La Edad Media es la época de la gran renuncia al cuerpo.
Desaparecen estadios, termas, teatros y circos que estaban asociadas al culto a
la gimnasia y el deporte en la Antigüedad Grecorromana. Aterrado y repugnado
frente al cuerpo, el cristianismo lo oculta, reprime y ‘civiliza’”, comenta
Osvaldo Arsenio. “A fines del siglo XVI
en Europa y, muy especialmente en España, lo lúdico se centra en la caballería
y en algunos otros pasatiempos y diversiones de la nobleza, existiendo también
los llamados ‘’juegos de manos o juegos de villanos”, reservados a los
pobladores de las aldeas. En cambio, en América, en la vida cotidiana aborigen
el juego era una constante, siempre estaba presente. Las comunidades aborígenes
tenían y tienen una extensa e intensa práctica lúdica”, compara Altuve Mejía.
Puede leer la nota
completa en la edición impresa de revista Contragolpe de octubre de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario