miércoles, 2 de enero de 2013

Los juegos colonizados


“Indios”, “indígenas”, “aborígenes”, “nativos”. Muchos son los términos que intentan englobar a los habitantes de la América pre colombina, como si una sola palabra alcanzara para aunar la diversidad existente en estas tierras. Es que desde la llegada de los españoles en 1492, la colonización fue territorial, pero sobre todo cultural: se buscó avanzar y destruir modos de vida, que incluían juegos y actividades deportivas que en muchos casos poseían un valor simbólico diferente a los que hoy tomamos del deporte “occidental”.
Así, según la cultura, el tiempo y la región, los juegos de los pueblos nativos variaban, algunos eran similares y otros guardaban y guardan una analogía con los practicados en Europa y con los jugados hoy en día. En un país en donde el 63% de la población tiene al menos un antepasado de pueblo originario, ¿qué juegos realizaban esos ancestros? Los juegos deportivos en estas tierras estuvieron vinculados no sólo al perfeccionamiento y a la complementariedad con las actividades de supervivencia de caza y de pesca, sino también con un valor simbólico de acciones comunitarias y, en algunos casos, con valor religioso.

La redonda
“El mucho tiempo que les quedaba (…) era ocuparse en ejercicios honestos, como jugar a cierto juego de pelota, donde harto sudaban, y en bailes y danzas y cantares, en los cuales recitaban todas sus historias y cosas pasadas”, escribió Bartolomé de las Casas. Él no fue el único cronista europeo que tomó los juegos físicos de los pueblos originarios como curiosidad, sobre todo ese esparcimiento con una pelota que rebotaba, producto del caucho de las plantaciones propias de Sudamérica. Pelota que lleva por, contigüidad, al fútbol. O, en estas tierras, a prácticas similares al deporte institucionalizado por los ingleses siglos más tarde. “Antes de 1492, existían al menos 10 formas distintas de jugar a la pelota “, comenta Eloy Altuve Mejía.
Así, los guaraníes jugaban con la pelota utilizando el empeine del pie. El antropólogo Magrassi (citado por Zavatarelli y Fernández Moores) menciona que los mocovíes (en la zona de la actual provincia de Santa Fe) disfrutaban de una actividad con la cabeza, en partidos de 200 jugadores con adornos en sus muñecas, frentes, cabezas y piernas, donde el balón de caucho era arrojado a mucha distancia y “la rebatía el equipo opuesto, también con la cabeza, y perdía el que la dejaba caer”. Pero estos juegos también incluía a las mujeres: lo practicaban las mapuches, tobas, pampas y ranqueles (por estos lares).
Además, con un sentido más sagrado, Mayas, Aztecas e Incas realizaban espectáculos masivos con sus símiles fútbol. Los “estadios” mayas sorprendieron a los invasores españoles por su arquitectura y dimensiones. En el campo de juego se resolvían conflictos políticos, militares y económicos.
Pero la pelota no era sólo fútbol. Los conquistadores españoles llamaron “chueca” a un juego americano de la misma manera que los ingleses denominaron “hockey” a un deporte parecido de la India. Pero en la actual argentina el nombre era distinto según la cultura para lo que era el principal juego deportivo. Fernández Moores los enumera: “Leremá para los mocovíes del litoral. Elemrak para los pilagás del noreste. Tol para tobas y matacos. Uiñi o palín entre los mapuches de la Patagonia”. Para estos últimos, el juego consistía en dos equipos de unos 50 participantes se ubicaban en un campo de unos 1600 metros de largo por unos 80 de ancho y se diputan una pelota de cuero recubierta de cuero de 3 a 5 centímetros de ancho con un bastón de madera que supera el metro de alto. El objetivo es enviar la bola a la línea final del terreno del equipo contrario. “Los jugadores, en la cancha, al rayo del sol, jugaban semidesnudos empujando aquella pelota entre gritos, empujones, carreras y quites”, describió Susana Dillon y agregó en un artículo dedicado al juego de los nativos: “Juzgaba y dirigía el juego el lonco con un silbato. A los costados del campo jugaban en canchas improvisadas mujeres y niños que de esa manera imitaban a los mayores. Todos querían ejercitarse porque así se sentían fuertes y ágiles en caso de guerra”. El encuentro podía durar días. Hernandarias, en 1602, prohibió el deporte ante ese entusiasmo de los “deportistas”, en tanto que algunos religiosos empezaron a perseguir a sus practicantes porque esa fuerza en el juego era ejercitada y utilizada en los enfrentamientos con los blancos.
Además, otra pelota, más chica y cubierta con plumas de gallinas o ñandú, hacían los guaycurúes, la cual no debía caer al suelo: al mejor estilo bádminton, sólo que las raquetas eran las manos cobrizas de los nativos.
Los mapuches jugaban al linao, un juego de hasta 60 participantes con un salto inicial similar al básquet pero con una esencia de rugby. También en la Patagonia se practicaba el Pillmantun, donde equipos de 8 a 10 jugadores en un campo circular buscaban, con una pelota del tamaño de la de handball, tocar al rival debajo de la pierna para eliminarlo.

Polideportivo
Además de juegos de pelota, los pueblos nativos realizaban otras actividades “deportivas”. Ligadas a la supervivencia, la caza y la pesca eran actividades diarias. Sin embargo, el lanzamiento de boleadoras y de lanzas también seguía más allá de la búsqueda del alimento. Los charrúas ubicaban una estaca a 30 metros para lanzar las boleadoras considerando ganador a quien más vueltas le haya dado al objetivo. También, por estas tierras, las luchas tanto grupales como individuales se asemejaron a la lucha greco-romana. Los selknam (también llamados onas) lo tomaban como una diversión y lo practicaban con el cuerpo desnudo y, en ocasiones de eventos formales, se pintaban de rojo. Los charrúas lo hacían para dirimir conflictos. Los pampas también lo realizaban. Los mocovíes tenían su boxeo al cual llamaban waranák.
Las carreras pedestres era otra difundida disciplina entre los diversos pueblos originarios de América. Los charrúas las realizaban por placer, recompensa o castigo. Los selknam las tenían como su ejercicio favorito y las había de velocidad y de resistencia; si bien no existían premios, la reputación obtenida era considerada.
Al igual que los moros en España, aquí a los conquistadores también los sorprendió el contacto de los nativos con el agua. La natación decía presente en los pueblos cercanos a mares o ríos caudalosos. En el noreste de la hoy Argentina, tanto los mbyá como los tobas aprovechaban la región mesopotámica. Mocovíes, mapuches y yamanás poseían contacto acuático. En la última cultura se destacaban las mujeres, aunque las heladas aguas sureñas no las dejaban estar mucho tiempo.

Fuera de juego
La llegada de los españoles significó la importación de su civilización europea a la “bárbara” América. Y su civilización era la de la Edad Media. “La Edad Media es la época de la gran renuncia al cuerpo. Desaparecen estadios, termas, teatros y circos que estaban asociadas al culto a la gimnasia y el deporte en la Antigüedad Grecorromana. Aterrado y repugnado frente al cuerpo, el cristianismo lo oculta, reprime y ‘civiliza’”, comenta Osvaldo Arsenio.  “A fines del siglo XVI en Europa y, muy especialmente en España, lo lúdico se centra en la caballería y en algunos otros pasatiempos y diversiones de la nobleza, existiendo también los llamados ‘’juegos de manos o juegos de villanos”, reservados a los pobladores de las aldeas. En cambio, en América, en la vida cotidiana aborigen el juego era una constante, siempre estaba presente. Las comunidades aborígenes tenían y tienen una extensa e intensa práctica lúdica”, compara Altuve Mejía.

Puede leer la nota completa en la edición impresa de revista Contragolpe de octubre de 2012.

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