miércoles, 27 de marzo de 2013

Con el sentido de igualdad


En la Europa Antigua, los cascabeles se utilizaban como amuleto para ahuyentar, a través de su ruido, los males que poseía determinada persona. Enfermedades, el diablo o animales eran echados tras el sonido de los sonajeros. No obstante, en el deporte moderno y dentro de una pelota, el cascabel es el símbolo de inclusión para personas no videntes. Tal es el caso del torball, una disciplina diseñada pensando en la discapacidad visual y que permite la práctica de videntes también.
Surgido en Alemania post Segunda Guerra Mundial, ante la necesidad de pensar en actividades para los minusválidos que dejó el conflicto bélico, el torball se introdujo en la Argentina en la década del ’90. Según los datos de la Federación Internacional de Deportes para Ciegos, se practica en unos 30 países, sumando a más de 1200 deportistas. En el país germano y en Austria la disciplina tiene una estructura organizativa consolidada y un número mayor de practicantes. “Es la actividad más adecuada para comenzar con la práctica deportiva, ya que, además de proporcionar los beneficios que todo trabajo físico brinda, favorece la rehabilitación de quienes están atravesando por ese proceso. Por otro lado, cuenta con la ventaja de no presentar mayores riesgos, ya que no existe contacto físico entre los jugadores. Es una disciplina que puede ser desarrollada por las mujeres y por las personas mayores, sin ninguna dificultad”, menciona Oscar Suárez, en un artículo de la Biblioteca Argentina para Ciegos.
¿Y en qué consiste? En un juego de torball participan dos equipos de tres jugadores que se ubican a cada lado de un rectángulo de 16 metros largo por 7 metros de ancho, los cuales responden a la longitud del arco que posee una altura de 130 centímetros. Delante de la meta, 3 alfombras de 1 por 2 metros sirven de referencia para la ubicación de los participantes, quienes deben utilizar gafas para tapar los ojos y quedar todos en las mismas condiciones. La pelota, con cascabeles, ser lanzada con la mano y por el suelo desde un extremo del campo hacia la meta contraria. En la zona central del campo se encuentran tres cuerdas a 40 cm de altura, también con cascabeles para revelar si la pelota no está viajando por la superficie, única manera de que los sonajeros de la pelota hagan ruido y sirvan de referencia al equipo que defiende.
Al momento de jugarlo, el silencio es total alrededor, para escuchar sólo el balón y la sanción del árbitro de gol, afuera o penal. No se permiten indicaciones de ningún tipo desde el banco o del público.

Un ejemplo
Pero más allá de las reglas o de la “amigabilidad” del juego por su dinámica, tanto para verlo como para jugarlo, el torball evidencia aspectos deportivos y sociales más profundos. Julián Mega es uno de los 1200 que practican la disciplina en todo el globo. Profesor de Informática en la Universidad de Comahue, no vidente desde hace 13 años, destaca que en su casa de estudios, el torball “desde el año pasado se lo incorpora como un deporte más para todos sus estudiantes: ciegos, los que ven poco y los que ven perfecto”, y aclara: “Es inclusivo porque el tema es qué podemos hacer juntos, no tanto estar mirando la situación de discapacidad, que por supuesto uno la tiene, pero lo que estamos mirando sobre todas las cosas son las capacidades y cómo desarrollar esas capacidades que todos tenemos. Y eso es muy interesante. Y muy gratificante también”.
Con esa idea, Mega visitó la Universidad Nacional de Río Cuarto para, en el marco de las 7º Jornadas Nacionales de Discapacidad y Derechos Humanos, brindar un taller de Torball, en donde estudiantes, profesores, asistentes videntes y no videntes vivieron la experiencia de aprender y practicar el juego.

Puede leer la nota completa en la edición impresa de revista Contragolpe de noviembre de 2012.

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