martes, 7 de agosto de 2012

Pasión por el softbol


50 años, Licenciado en Computación, casado, 3 hijos y una pasión: el softbol. Walter Díaz lleva 2 décadas como árbitro internacional de este deporte, el cual practicaba de chico en el Jockey Club. Además de jugador, Díaz aclara que también era “pseudo-dirigente”, ya que siempre se juntaban todos en la casa de alguien para “mantener vivo el softbol”.
Pero el asunto de impartir justicia en las canchas llegó más tarde y, paradójicamente, su crecimiento como juez sería paralelo al retroceso de la disciplina en Río Cuarto. “En el año ’86 nos peleamos todos y se desarmó el softbol en Río Cuarto”, explica Díaz y agrega que fue debido a un conflicto de intereses y a la negativa de algunos integrantes de la Asociación Riocuartense ante el intento de ingreso de personas ligadas a los militares. Ante esa anulación del softbol local, el entonces jugador cuenta: “De los torneos argentinos me quedaron amigos y uno de ellos me dice ‘che, tengo que llevar árbitros a Buenos Aires’, entonces le digo ‘no, árbitro no, no quiero saber nada, no tengo ni idea’”. Insistente, el amigo siguió con la propuesta y le despachó un reglamento en un colectivo de línea que afortunadamente llegó a las manos de Díaz. “Ahí empecé a meterme en el tema arbitraje. Fui, arbitré en Buenos Aires y me gustó”, recuerda Díaz quien tuvo el calendario a favor ya que en 1989, Argentina organizaba el Panamericano en la ciudad de Paraná, lo que le permitiría hacer el debut como juez en un torneo internacional: “Nos llama la Confederación Argentina a casi todos los árbitros que estábamos trabajando en ese momento en el país para hacer un curso y, quienes aprobaran, quedaban habilitados para trabajar en ese torneo de manera internacional. Fue lo que pasó: yo hice el curso, rendí, me fue bien y ahí quedé habilitado para arbitrar ese torneo”, explica Díaz.
Un año después, el flamante juez tendría la posibilidad de arbitrar nada más y nada menos que un mundial: el femenino en Normal, Illinois, Estados Unidos; competencia, además, que significó la primera participación de la selección argentina en la máxima instancia y con la presencia de la riocuartense Claudia Tazzioli. Tras esta experiencia Díaz cuenta cuándo y cómo recibió el título de juez internacional, crédito que ya se lo había ganado antes en las canchas de todo el continente: “Después de una consecuencia de torneos de Sudamérica, llegué en el ’93 a viajar a Puerto Rico para poder certificar como árbitro internacional. Los que rendíamos bien en Puerto Rico saltábamos al torneo Panamericano que había en Monterrey. En Puerto Rico calificamos, fui a Monterrey y de ahí empezó la cadena de torneos y experiencias a nivel internacional”.
A nivel internacional significó viajar por el mundo y participar de los eventos más importantes de la disciplina: mundial juvenil en China 1999, estar en la final de los juegos Odesur 2010 en Colombia, otro mundial femenino en Sudáfrica el año pasado y la lista sigue.
De tantos viajes que has realizado, ¿alguna anécdota que tengas, que recuerdes siempre, que te haya llamado la atención?
No que me haya llamado poderosamente la atención. Sí, obviamente, los lugares que he conocido, donde he estado, me generan asombro y agradecer infinitamente al softbol porque me ha permitido esos lugares que uno creo que ni como turista los podría llegar a conocer. Porque se arma una familia en el tema arbitraje. Hay una confianza en el compañero. Nosotros tranquilamente tenemos nuestro vestuario, nos cambiamos todos juntos, gente que deja dinero o que deja efectos personales y nunca falta nada. Es como que hay una convicción de ser árbitro y ese ser árbitro significa el compartir todo, participar en todo y estar con nuestro grupo. Es realmente muy lindo. Como experiencia, algo raro que me pasó en lo que fue en mi primer mundial en el ’90. Yo no tenía experiencia a nivel internacional, salvo la que había vivido acá en Argentina y ese era un torneo femenino mayores en el cual había árbitros mujeres. Llega mi primera designación a un partido, trabajábamos dos hombres y dos mujeres. Me llamó poderosamente la atención que las mujeres se empezaron a descambiar, se sacaron sus prendas y quedaron así, delante de nosotros. Yo para colmo era joven, tenía 28 años, realmente quedé descolocado (risas). Con el tiempo aprendí que en definitiva ellos lo tienen bien en claro que somos compañeros de trabajo. Dentro del vestuario era un grupo de 4 personas que van a trabajar en un juego y tienen la responsabilidad de administrar ese juego. Yo siempre lo comento porque me causó en su momento una cierta incomodidad.

Puede leer la nota completa en la edición impresa de revista Contragolpe de junio de 2012.

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