50 años, Licenciado en Computación,
casado, 3 hijos y una pasión: el softbol. Walter Díaz lleva 2 décadas como
árbitro internacional de este deporte, el cual practicaba de chico en el Jockey
Club. Además de jugador, Díaz aclara que también era “pseudo-dirigente”, ya que
siempre se juntaban todos en la casa de alguien para “mantener vivo el
softbol”.
Pero el asunto de impartir justicia en las
canchas llegó más tarde y, paradójicamente, su crecimiento como juez sería
paralelo al retroceso de la disciplina en Río Cuarto. “En el año ’86 nos
peleamos todos y se desarmó el softbol en Río Cuarto”, explica Díaz y agrega
que fue debido a un conflicto de intereses y a la negativa de algunos
integrantes de la Asociación Riocuartense ante el intento de ingreso de
personas ligadas a los militares. Ante esa anulación del softbol local, el
entonces jugador cuenta: “De los torneos argentinos me quedaron amigos y uno de
ellos me dice ‘che, tengo que llevar árbitros a Buenos Aires’, entonces le digo
‘no, árbitro no, no quiero saber nada, no tengo ni idea’”. Insistente, el amigo
siguió con la propuesta y le despachó un reglamento en un colectivo de línea
que afortunadamente llegó a las manos de Díaz. “Ahí empecé a meterme en el tema
arbitraje. Fui, arbitré en Buenos Aires y me gustó”, recuerda Díaz quien tuvo
el calendario a favor ya que en 1989, Argentina organizaba el Panamericano en
la ciudad de Paraná, lo que le permitiría hacer el debut como juez en un torneo
internacional: “Nos llama la Confederación Argentina a casi todos los árbitros
que estábamos trabajando en ese momento en el país para hacer un curso y, quienes
aprobaran, quedaban habilitados para trabajar en ese torneo de manera
internacional. Fue lo que pasó: yo hice el curso, rendí, me fue bien y ahí
quedé habilitado para arbitrar ese torneo”, explica Díaz.
Un año después, el flamante juez tendría
la posibilidad de arbitrar nada más y nada menos que un mundial: el femenino en
Normal, Illinois, Estados Unidos; competencia, además, que significó la primera
participación de la selección argentina en la máxima instancia y con la
presencia de la riocuartense Claudia Tazzioli. Tras esta experiencia Díaz
cuenta cuándo y cómo recibió el título de juez internacional, crédito que ya se
lo había ganado antes en las canchas de todo el continente: “Después de una
consecuencia de torneos de Sudamérica, llegué en el ’93 a viajar a Puerto Rico
para poder certificar como árbitro internacional. Los que rendíamos bien en
Puerto Rico saltábamos al torneo Panamericano que había en Monterrey. En Puerto
Rico calificamos, fui a Monterrey y de ahí empezó la cadena de torneos y
experiencias a nivel internacional”.
A nivel internacional significó viajar por
el mundo y participar de los eventos más importantes de la disciplina: mundial
juvenil en China 1999, estar en la final de los juegos Odesur 2010 en Colombia,
otro mundial femenino en Sudáfrica el año pasado y la lista sigue.
De
tantos viajes que has realizado, ¿alguna anécdota que tengas, que recuerdes
siempre, que te haya llamado la atención?
No que me haya llamado poderosamente la
atención. Sí, obviamente, los lugares que he conocido, donde he estado, me
generan asombro y agradecer infinitamente al softbol porque me ha permitido
esos lugares que uno creo que ni como turista los podría llegar a conocer.
Porque se arma una familia en el tema arbitraje. Hay una confianza en el
compañero. Nosotros tranquilamente tenemos nuestro vestuario, nos cambiamos
todos juntos, gente que deja dinero o que deja efectos personales y nunca falta
nada. Es como que hay una convicción de ser árbitro y ese ser árbitro significa
el compartir todo, participar en todo y estar con nuestro grupo. Es realmente
muy lindo. Como experiencia, algo raro que me pasó en lo que fue en mi primer
mundial en el ’90. Yo no tenía experiencia a nivel internacional, salvo la que
había vivido acá en Argentina y ese era un torneo femenino mayores en el cual
había árbitros mujeres. Llega mi primera designación a un partido, trabajábamos
dos hombres y dos mujeres. Me llamó poderosamente la atención que las mujeres
se empezaron a descambiar, se sacaron sus prendas y quedaron así, delante de
nosotros. Yo para colmo era joven, tenía 28 años, realmente quedé descolocado
(risas). Con el tiempo aprendí que en definitiva ellos lo tienen bien en claro
que somos compañeros de trabajo. Dentro del vestuario era un grupo de 4
personas que van a trabajar en un juego y tienen la responsabilidad de
administrar ese juego. Yo siempre lo comento porque me causó en su momento una
cierta incomodidad.
Puede leer la
nota completa en la edición impresa de revista Contragolpe de junio de 2012.
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