Hombre vs. máquina

José Ingenieros, Sarmiento, Don Quijote, Robin Hood, Peter Pan, Levi Strauss, Aristóteles contemplan en silencio y desde las alturas lo que sucede en la larga mesa. El contexto es el ideal. Cara a cara, rodeados por tribunas repletas de libros, un grupo de ajedrecistas de la ciudad y región se reúne a jugar todas las noches en la centenaria Biblioteca Mariano Moreno. Solo las reiteradas y ansiosas preguntas “¿A quien le toca la máquina?” y “¿Contra quien juega la máquina?” irrumpen la serenidad de la escena.

“Creo que es un ámbito apto para la práctica de ajedrez, la tranquilidad permite desarrollar este deporte que es ciencia también porque se estudia”, esgrime Leandro Tobarez, ajedrecista riocuartense ranqueado desde hace quince años en la Federación Internacional de Ajedrez y coordinador de la disciplina bajo dependencia de la Universidad Nacional de Río Cuarto. “Respecto a la máquina, es toda una curiosidad, todos quieren enfrentarla, es un verdadero desafío”, continúa.

La máquina se llama Fritz 12 y en realidad es un software que “contiene una serie de cálculos y análisis del juego que procesan rápidas y precisas respuestas, además posee una gran capacidad de almacenamiento teórico, lo que hace un rival casi perfecto”, explica Tobarez. “Nosotros usamos una hora de tiempo para pensar mientras que la máquina utiliza cuatro minutos”, detalla.

A Río Cuarto este rival no humano tiene su aparición en 1993 cuando una vieja máquina 386 se puso frente a los ajedrecistas locales. “Me acuerdo que la trasladábamos para todos lados y nos ocupaba todo el asiento de atrás del auto, la armábamos y jugábamos. En aquel entonces no era tan cuco como ahora. Hoy si no compensamos es imposible ganarle porque tienen cargado contenido teórico, las diferentes estrategias, precisión en la valoración del movimiento y un increíble poder de cálculo”, recuerda Tobarez.

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